El breve texto sobre Rojava publicado en Volere la Luna resume mejor que cualquier reflexión general la experiencia emocional y conceptual, la vida concreta, el reparto de la historia mundial con que el Tribunal Permanente de los Pueblos vive este tiempo de fin de año, clásicamente dedicado a balances y previsiones.
El borramiento y la negación de los pueblos como sujetos de su propia historia, y no como víctimas de realidades «otras», fueron los protagonistas absolutos de un 2024 que vio cómo la «inhumanidad» expresaba la tragicidad fáctica mejor que las definiciones más graves del derecho, como los crímenes contra la humanidad y el genocidio. El pueblo de Palestina -mucho más allá de sus expresiones políticas, y de sus delimitaciones geográficas, de Gaza a Cisjordania- sigue siendo el representante más simbólico de realidades como los rohingyas en Myanmar y de pueblos privados incluso de la visibilidad de la crónica, caso de Sudán, Cachemira, las colonias francesas, Haití…: cada lista peca por incompleta e inexacta.
El término que hace más trágicos estos escenarios, de forma transversal, es el de una impunidad que desafía cualquier evidencia fáctica, y que coloca a los más altos foros del derecho, como los Tribunales Internacionales y la Asamblea de las Naciones Unidas, en una situación de impotencia: por la persistencia de mecanismos de poder e hipocresía, como el veto, o la exclusión de las agendas prioritarias, hasta la tolerancia de la no intervención respecto a un Estado como Israel, que utiliza la retórica de romper el propio estatuto de las Naciones Unidas en plena Asamblea.
Los pueblos no se resignan a ser borrados, que es la «normalidad» para un mundo que reproduce activamente a escala mundial, con nombres e instrumentos diferentes, pero con una arrogancia aún mayor, un orden estrictamente colonial. El caso de los pueblos indígenas de Papúa Occidental que se presentó en la sesión del TPP (Londres, 27-29 de junio de 2024) es un recordatorio de cómo la resistencia puede y debe ser reconocida como una prioridad por una comunidad internacional que sigue imaginando-imponiendo, con sus actores públicos y privados cada vez más conniventes, modelos de explotación y desigualdad.
Rojava, que será la primera de las sesiones del Tribunal en 2025 (Bruselas, 5-6 de febrero de 2025), es la cuestión más concreta y cargada de sueños para un futuro que no sea una prolongación de las pesadillas de 2024.
Acceda al artículo: ¡Recordemos Rojava! (ITALIANO, INGLES) de Gianni Tognoni, publicado en Volere la luna el 13 de diciembre de 2024